La transformación “postfascista” arriesga con dinamitar el marco político

ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA


ENZO TRAVERSO
Viento Sur
El historiador Enzo Traverso define el post-fascismo como un fenómeno profundamente diferente del fascismo clásico y, sobre todo, como un proceso de transformación política del que ignoramos en gran medida el desenlace. Pero que hay que comprender para oponerse a él.
Regards. El ascenso de las derechas radicales en Europa suscita masivamente referencias al fascismo histórico. Has manifestado tus reticencias al juego de las analogías. ¿Por qué?
Enzo Traverso. Las derechas radicales en ascenso hoy en Europa -un ascenso espectacular en algunos países como Francia- se alimentan de la crisis económica, igual que sus antecesores en los años de entre las dos guerras. Pero esta crisis es muy diferente de la antigua, el contexto ha cambiado profundamente e incluso las derechas extremas no son ya las mismas. Durante los años 1930, el capitalismo parecía amenazado de hundimiento. De una parte, a causa de la recesión internacional y, de otra parte, a causa de la existencia de la URSS que se presentaba como una alternativa global a un sistema socioeconómico que todo el mundo consideraba históricamente agotado. La crisis de estos últimos años ha sido en primer lugar una crisis financiera. Luego se ha instalado en la zona euro como una crisis de la deuda pública. Hoy, el capitalismo se defiende muy bien y no tiene alternativa visible; aumenta las desigualdades sociales pero no deja de extender su influencia a escala planetaria.
¿Cómo se sitúa el capitalismo, hoy, ante los movimientos de extrema derecha?
Durante los años 1930 las élites dominantes no escapaban a la espiral del nacionalismo puesta en marcha por la Gran Guerra y veían en el fascismo una opción política posible (en Italia en primer lugar, luego en Alemania, Austria, España, en Europa Central, etc.). Sin este apoyo, los fascismos no habrían podido metamorfosearse de movimientos plebeyos en regímenes políticos. Hoy, en cambio, el capitalismo globalizado no apoya a los movimientos de extrema derecha; se arregla muy bien con la Troika [la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional]. Durante los años 1930, los fascismos expresaban una tendencia difusa hacia un reforzamiento de los Estados, lo que varios analistas interpretaban como la llegada de un Estado “total” antes incluso de la llegada al poder de Hitler en Alemania (refuerzo del ejecutivo, intervención estatal en la economía, militarización, nacionalismo, etc.). El “estado de excepción” que se instala hoy no es fascista o fascistizante, sino neoliberal: transforma a las autoridades políticas en simples ejecutantes de las decisiones de los poderes financieros que dominan la economía global. No encarna el Estado fuerte, sino más bien un Estado sometido, que ha transferido a los mercados una gran parte de su soberanía.
Has propuesto utilizar el concepto de “post-fascista” para designar a la derecha radical de nuestro tiempo. Al mismo tiempo, reconoces los límites de esta noción. ¿Puedes explicarlo más?
El concepto de “post-fascismo” designa una transición en curso cuyo desenlace no se conoce. Las derechas radicales siguen marcadas por sus orígenes fascistas (en Europa central reivindican incluso esta continuidad histórica), pero intentan emanciparse de esta pesada herencia y hacer un cambio de piel, modificando en profundidad su cultura y su ideología. Su filiación con el fascismo clásico se vuelve cada vez más problemática. El caso francés es particularmente emblemático de esta mutación, ilustrada por el conflicto entre Jean-Marie y Marine Le Pen: un liderazgo dinástico, en el que el padre encarna el alma fascista original y la hija un nuevo alma que querría transmigrar los valores antiguos (nacionalismo, xenofobia, racismo, autoritarismo, proteccionismo económico) a un marco republicano y liberal-democrático.
¿Se pueden comprender los efectos de esta transformación “post-fascista”?
Esta mutación arriesga con dinamitar el marco político. Cuando, tras los atentados de enero y sobre todo de noviembre, el conjunto de la clase política se alinea con las posiciones del FN (desde el PS a la derecha), luchar contra este último en nombre de la República se vuelve casi incomprensible. El FN no es una fuerza “antirrepublicana” como podía ser Acción Francesa en la III República. Su mutación revela más bien las contradicciones intrínsecas del nacional-republicanismo. No se trata, salvo excepción, de una transición del fascismo hacia la democracia, sino hacia algo nuevo, aún desconocido, que pone en cuestión profundamente las democracias realmente existentes. Ya no es el fascismo clásico, pero tampoco todavía algo diferente: es en este sentido en el que le he llamado post-fascismo.
En el universo mental del “post-fascismo”, el odio al musulmán ha tomado el lugar que tenía el del judío, sin que se borre el viejo fondo del antisemitismo. ¿Cómo funciona esto?
Históricamente, el antisemitismo era uno de los pilares de los nacionalismos europeos, en particular en Francia y en Alemania. Actuaba como un código cultural alrededor del cual se podía construir una idea de “identidad nacional”: el judío era “anti-Francia”, un cuerpo extraño que corroía y debilitaba a la nación desde su interior. El epílogo genocida del nazismo tiende a singularizar el odio a los judíos y a esconder las analogías profundas que existen entre el antisemitismo europeo de antes de la segunda guerra mundial y la islamofobia contemporánea. Como el judío antes, hoy el musulmán se ha vuelto el enemigo interno: inasimilable, portador de una religión y de una cultura extranjeras a los valores occidentales, virus corruptor de las costumbres y amenaza permanente para el orden social. El judío anarquista o bolchevique ha sido reemplazado por el musulmán yihadista, la nariz ganchuda por la barba, el cosmopolitismo judío por la yihad internacional.
¿Se prolonga el paralelo en otros aspectos?
Hay, en efecto, otras analogías: el espectáculo deplorable de nuestros jefes de Estado echándose la pelota unos a otros para no acoger a los refugiados que huyen de las regiones arrasadas por nuestras “guerras humanitarias” recuerda mucho la conferencia de Evian de 1938, durante la cual las grandes potencias occidentales no llegaron a encontrar un acuerdo para acoger a los judíos que abandonaban la Alemania y Austria nazis. Paralelamente a esta mutación, hay otras: la fobia del velo islámico ha reemplazado a la misoginia y la homofobia de los fascismos clásicos. Hoy, en varios países de Europa occidental, los movimientos post-fascistas predican la exclusión y el odio en nombre del derecho y de las libertades individuales. Ciertamente, se trata de un proceso contradictorio, pues los viejos prejuicios no han desaparecido en el seno del electorado de esos movimientos, pero la tendencia es bastante clara. La cuestión es que no podemos combatir la xenofobia contemporánea con los argumentos del antifascismo tradicional.
El uso del concepto de “fascismo” se extiende hoy para designar a fenómenos que desbordan ampliamente a las derechas extremas. Se evoca a veces el fascismo a propósito del autodenominado Estado islámico. ¿Qué piensas de esos usos?
Soy bastante escéptico sobre la tendencia, muy extendida tanto en la derecha como en la izquierda, que consiste en abusar del nombre de fascismo. El Estado islámico tiene que ver con el fascismo o el totalitarismo solo si reducimos esos conceptos a la antítesis de la democracia y de la libertad. Si esbozamos un paralelo con los fascismos y los regímenes totalitarios del siglo XX, sin embargo, el recurso a estos conceptos no es, sin duda, muy pertinente. Ciertamente, el Estado islámico expresa una forma de nacionalismo radical sunita, pero la analogía con el fascismo se para ahí. Los fascismos habían nacido de una crisis de las sociedades europeas e intentaban destruir la democracia. Se trataba a menudo de democracias jóvenes e incompletas, pero reales. El Estado islámico ha nacido en sociedades que no han sido jamás democráticas; no ataca a la democracia sino más bien a regímenes autoritarios como los que han dominado el mundo árabe hasta el presente. Su ideología es, por otra parte, compartida por regímenes con los que los países occidentales mantienen excelentes relaciones económicas e incluso alianzas militares.
Por tanto, ¿es inapropiado definir al Estado islámico y al fascismo como movimientos cercanos?
Los fascismos eran movimientos seculares, que articulaban una visión del mundo conservadora y autoritaria con la modernidad técnica y científica, no querían volver al Antiguo Régimen, querían construir un orden nuevo. Mussolini y Goebbels se burlaban de los anti-Ilustrados. La teoría política ha forjado la noción de “religión política” para calificar sus ideologías que reemplazaban a las religiones tradicionales sacralizando a sus líderes. El Estado islámico no quiere crear un orden nuevo; quiere restaurar un mítico islam originario.
¿Significa eso que el concepto de “islamo-fascismo” tiene su origen en un malentendido o, incluso, en una voluntad de instrumentalización?
Si la categoría de islamo-fascismo designa a un “enemigo interior” -las franjas yihadistas que surgen en el seno de los guetos urbanos franceses- creo que el malentendido puede tener consecuencias graves. Hollande decretó el estado de excepción exhumando un dispositivo colonial y la Asamblea ha promulgado leyes especiales. Militarizar las barriadas en nombre del antifascismo y de la defensa de la democracia sería hacer un enorme regalo a los propagandistas de la yihad. En lugar de participar en una campaña islamófoba dándole una coloración antifascista, la izquierda debería más bien preguntarse por qué no ha sido capaz de ofrecer un proyecto, una cultura y una identidad política a los jóvenes que quieren enfrentarse a una sociedad que les rechaza y les estigmatiza. Temo que la lucha contra las “clases peligrosas” en nombre de la unión sagrada contra el terrorismo no puede sino aumentar el número de asesinos en nombre de dios.
9/12/2015
http://www.regards.fr/web/article/enzo-traverso-la-mutation-post

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