México: Adolfo Gilly Voz de Alarma, despojo de la nación



Sin Permiso,17/11/13


El mensaje al Congreso de la Unión suscrito por Raúl Vera López O.P., Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Pablo González Casanova, Andrés Manuel López Obrador, Miguel Concha, Miguel Álvarez y Mario Saucedo (25 de octubre) da cuenta de la extrema gravedad de la situación que atraviesa México. Un llamamiento a la nación con esas mismas firmas lo acompaña y ratifica desde su primer párrafo el significado de ese grito de alarma:

“Ante la grave emergencia del país y la amenaza de continuar la entrega de nuestros recursos, territorios y riquezas con la reforma energética que promueve el gobierno, los suscritos llamamos a todas las mexicanas y mexicanos, sin distinción de creencias, ideologías o posiciones políticas y sociales, a unirnos para evitar el despojo de la nación y de nuestro pueblo que promueven el gobierno y las corporaciones petroleras”.

Los artículos 27 y 28 Constitucionales que el Poder Ejecutivo propone modificar, reservan al Estado, de manera exclusiva, el monopolio de la explotación del petróleo y los demás hidrocarburos, así como la petroquímica básica, declaradas “áreas estratégicas” de la economía nacional. El término “estratégica” se refiere a la soberanía de la nación y, específicamente, a su defensa no sólo económica sino también militar. La palabra “estrategia” no está allí utilizada al azar.

Además de las otras modificaciones, la supresión de ese término no sólo significa entregar al capital y al dominio extranjero esas áreas vitales de la economía nacional. Significa rendir defensas militares elementales, abrir la soberanía nacional a las ambiciones, los intereses y las necesidades bélicas –es decir, “estratégicas”– de la gran potencia vecina y revertir la expropiación petrolera de 1938 como antes Carlos Salinas revirtió la reforma agraria de 1936.

El severo mensaje al Congreso dice, con razón, que México está “ante la gravísima amenaza de ser despojado de sus recursos”: la iniciativa del Poder Ejecutivo “compromete nuestra soberanía, pone en riesgo nuestro desarrollo como país libre e independiente y constituye un hecho aún más grave de lo que fue la entrega de Texas en el siglo XIX”.

Hacia Estados Unidos apunta el documento.

Estados Unidos es una poderosa nación en guerra permanente. Sus bases militares cubren el planeta. Su red de espionaje militar y financiero también, sin respetar soberanías adversarias o amigas, ni siquiera la de sus aliados más cercanos. El estado permanente de guerra larvada a escala planetaria en que vive esa nación así lo exige y justifica, al igual que sus guerras locales y sus intervenciones militares.

Esa potencia tiene que enfrentar hoy un desafío inédito. El mundo capitalista, también armado, desde finales del siglo XX se ha expandido al planeta entero y lo enfrenta con intereses propios diferentes y ajenos a los de Estados Unidos. China, Rusia, Europa, India, Irán, el Sudeste asiático, Brasil no son sus aliados sino sus competidores financieros, comerciales, tecnológicos y por ende también militares, aunque la diplomacia y la buena educación proscriban este último término.

Se trata de potencias financieras, tecnológicas y militares cuyas dimensiones económicas, poblacionales y territoriales han ido cambiando las relaciones de fuerzas con Estados Unidos en todos los terrenos, sin que éste haya dejado de ser aún el poder descollante. Está afirmado además en el privilegio histórico de su plataforma territorial – Fortress America, la Fortaleza Americana– extendida entre los dos grandes océanos, el Atlántico y el Pacífico, y desde Alaska hasta el Canal de Panamá, cuya actual ampliación tiene que ver más con las guerras que con el comercio.

Estamos viviendo una mutación epocal del capitalismo, sus intereses y su violencia intrínseca, no apenas una política o un “modelo neoliberal” como suele decirse, sustituible por otro mediante leyes o reformas. Después del doble parteaguas de la desaparición de la Unión Soviética en diciembre de 1991 y del ataque contra las Torres Gemelas y el Pentágono en septiembre de 2001, hemos entrado de lleno en este mundo nuevo del siglo XXI, este planeta sin ley y sin piedad.

En este mundo donde sus rivales se multiplican, Estados Unidos necesita más que nunca extender su dominación estratégica sobre el territorio de la nación vecina del sur, México, como ya lo ha establecido sobre Canadá al menos desde la segunda guerra mundial. Este proceso, antes contenido, desde Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo ha avanzado sin pausa y con prisa y ha terminado por desencadenar y alimentar la violencia infinita que castiga a México.

Los gobiernos del PAN lo completaron abriendo como nunca antes el territorio nacional a la intervención de fuerzas militares, policiales y de los servicios de inteligencia, que sin disimulo se exhiben y se pasean en estos tiempos; y reduciendo a las fuerzas armadas de la nación a tareas internas de guardia nacional, a funciones policiales que, como sucedió en otros países de América Latina, son germen de debilitamiento y desmoralización. Esta es una verdad elemental en cualquier escuela militar del mundo.

La entrega a la potencia vecina de las llaves de la riqueza petrolera, minera y territorial de la nación, agregada a la subordinación financiera y la subordinación mediática ya establecidas, significaría completar el triángulo de la entrega y la sumisión. Dominar el territorio y los recursos de México es hoy una necesidad estratégica, es decir militar, de Estados Unidos. Es preciso impedirlo.

El llamamiento de los siete se opone además a la reforma hacendaria; rechaza la campaña mediática “contra las justas demandas de los maestros”; y denuncia “la violencia, represión y violación a los derechos humanos, civiles y sociales que sufren los movimientos sociales, los pueblos y las comunidades”.

La voz de alarma contra el despojo de la nación y de su pueblo llega a tiempo y tendrá eco en todo el territorio nacional y más allá. Haber arrancado la libertad de Alberto Patishtán después de trece años de prisiones es síntoma nuevo en estos tiempos. Urge ahora sumar y organizar, revertir la corriente y detener el despojo, la represión y la violencia.

Adolfo Gilly es profesor emérito de la UNAM

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