GuatemalaEdelberto Torres Rivas¿El genocidio se diseñó en el exterior?


9 junio 2013

El guatemalteco no es genocida, ésta no es una condición nacional sino un delito que alguien comete. En Guatemala la guerra contrainsurgente creó condiciones para que el genocidio como conducta apareciera entre quienes aplicaban la violencia. En este breve espacio quiero argumentar que la gestión genocida es coyuntural, y que apareció aquí por el profundo odio homicida que trajo el anticomunismo. El punto de partida es que el militar guatemalteco ha sido formado por el Ejército norteamericano, desde el lejano 1931 cuando el US Army Major John A. Considine tomó la dirección de la Escuela Politécnica. La asistencia del exterior se volvió imprescindible y multifacética y se convirtió en el eje de la buena vecindad entre ambos países. En un primer momento la cooperación militar fue destinada al control de la oposición interna; el segundo momento fue definido por el combate a la subversión externa, cuando el comunismo que trajo la Guerra Fría estaba llegando.

La mejor síntesis de los efectos de la ayuda norteamericana a Guatemala fue el efectivo proceso de la intensa modernización institucional del Ejército, que no solo creció en tamaño sino en calidad profesional, se fortaleció su espíritu de cuerpo y su capacidad de combate. El militar ha sido un ciudadano del primer mundo en el tercero; su modernidad funcional brilla en el seno de un Estado caduco y poco eficiente. McClintock relata con fatigoso detalle la ayuda técnica que la institución va recibiendo en el marco ya calificado como contrainsurgente (1961). El Ejército empezó a recibir recursos financieros, asesoría técnica, entrenamiento en diversas funciones de guerra interna, incluyendo una ideología de apoyo: la teoría de la seguridad nacional y una versión alucinante del anticomunismo. Los programas de entrenamiento –verdaderos cursos de postgrado– orientados a elevar cualitativamente las capacidades técnicas de los oficiales fue tan importante como la dotación de armas y equipos, sofisticados, modernos, de inimaginable eficacia mortal. Al primero de esos programas fueron 39 oficiales a estudios avanzados de estado mayor y comando en Ft. Leavenworth, en 1945. Se calcula que hacia 1978 habían pasado más de 500 guatemaltecos en Ft, Bennig (Georgia), la Escuela de las Américas-Canal Zone Installations, Ft. Sill (Oklahoma) y otras.

Por las razones dadas, en Guatemala la campaña contrainsurgente llegó a excesos alucinantes, como no sucedió por ejemplo en El Salvador; ahí la política de la guerra la supervisó siempre un numeroso equipo militar norteamericano; después de la matanza del río Sumpul (1982) nunca más ocurrió algo parecido a la estrategia de tierra arrasada. Aquí, hubo crueldad y odio, un olvido culposo de lo que prescribe como objetivos y propósitos la Doctrina de la Seguridad Nacional. Y lo más grave fue la confusión de “quién es el enemigo”: ¿los guerrilleros o toda la oposición? Se practicaron actos genocidas durante la contrainsurgencia difíciles de probar; supone dos componentes, definir al enemigo de una manera ideológica y estar animado por un profundo racismo.

La política centroamericana no puede ser comprendida como un simple reflejo del poder norteamericano; pero tampoco pueden entenderse los asuntos regionales sin referencia directa a la política de EE. UU. Esta “complementación” se advierte más, por ejemplo, cuando la alta capacidad de combate del Ejército guatemalteco, se excedió de los límites relativos al respeto a los derechos humanos señalados por los EE. UU. Son conocidos los numerosos documentos reprobatorios enviados por altos oficiales norteamericanos (bajo el gobierno de Carter) llamando la atención y amenazando a sus colegas guatemaltecos por los excesos cometidos contra civiles durante la guerra. Los reportes de denuncia llegaron a su límite hasta el punto que se suspendió la ayuda militar. El ex presidente Clinton, en una visita a Guatemala, en 1999 dijo “Es importante que lo diga claramente, la ayuda para las fuerzas militares o de inteligencia que practiquen violencia y represión indiscriminada… constituye un error y los Estados Unidos no deben nunca repetirlo” (Holden, p.158)

Los norteamericanos señalando las crueldades innecesarias de los guatemaltecos, una y otra vez, reflejan una supervisión tardía, porque el Frankenstein se había desatado. Al cortar la ayuda militar, el control norteamericano se perdió y el Ejército nacional quedó en libertad de definir sus crímenes. La ayuda israelí y la argentina trajeron otros artilugios letales. Con estos artefactos de alta calidad técnica más el odio y el racismo que pusieron los militares, aparecieron los rasgos genocidas. Estados Unidos entrenó centenares de oficiales guatemaltecos en los mil detalles de la guerra-de-baja-intensidad y les proporcionó armamento de alta calidad. La extrema violencia, un brutal racismo y el odio anticomunista se fusionaron profundamente en la cultura guatemalteca. Son rasgos made in Guatemala que explicarían el genocidio. Los Somoza fueron hijos de la intervención yanqui en Nicaragua y los Talibanes lo fueron en Afganistán. Los ejemplos son numerosos, la historia del horror es la misma, solo cambian las víctimas. 

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