México, en el momento del retorno del PRI


México, en el momento del retorno del PRI.



Carlos Figueroa Ibarra.

En  julio de 2012  el Partido Revolucionario Institucional (PRI)  celebró un triunfo histórico. En números redondos, su candidato Enrique Peña Nieto ganó sin duda alguna los comicios presidenciales del  1 de julio con un 38 % contra el  32% de la izquierda Andrés Manuel López Obrador. En un distante  tercer lugar quedó la candidata  Josefina Vázquez Mota con 26% de los votos. Gabriel Quadri, candidato del partido propiedad de la lideresa del magisterio, Elba Esther Gordillo, obtuvo poco más del  2% de los votos. Para casi las dos terceras partes del electorado, los votantes de  la izquierda y de la derecha, el triunfo del PRI ha hecho recordar el brevísimo y famoso cuento de Augusto Monterroso: “Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. En realidad el dinosaurio nunca se fue, pese a que fue derrotado en las elección presidencial de 2012. Durante todos estos 12 años, el poder nacional que mantenía a través de la presidencia de la república, se  trasladó  a los poderes regionales a través del control de aproximadamente unos veinte gobiernos estaduales, número que varió ligeramente según perdiera o ganara elecciones  en los distintos estados de la república. En la lógica del PRI, al desaparecer lo que los priístas llamaron “el jefe nato del partido” es decir el presidente de turno, se sustituyó  por el conjunto de gobernadores priístas que se reunieron y tomaron decisiones  y se constituyeron en el poder real dentro del partido. Fue ese grupo el que en los días previos a las elecciones en tomó decisiones logísticas con respecto a la movilización  de recursos y controles para llevar votantes a las urnas de tal manera de garantizar  el triunfo de Peña Nieto.

 El fracaso neoliberal.

Durante muchos años, México y su sistema político fue considerado por  muchos como un modelo a seguir. No pocos políticos latinoamericanos  visitaron  México para averiguar los motivos por los cuales, en una zona en la que abundaban golpes de estado, dictaduras militares y  sublevaciones, México mostraba una sorprendente estabilidad política. Y blasonaba de poseer un sistema democrático en tanto que no había  gobiernos militares. En realidad existía un sistema autoritario  y corrupto de partido de estado. El autoritarismo priísta había emergido de una revolución social (1910) que había culminado en 1917 con un pacto social que se fue profundizando hasta el fin del gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940).  Este pacto combinó  concesiones sociales a grandes sectores  de la sociedad a través de contratos colectivos de trabajo, seguridad social y reforma agraria y un control social  férreo a través  la Central de Trabajadores de México (CTM), Confederación Nacional Campesina (CNC) y la Confederación Nacional de organizaciones Populares  y otras organizaciones gremiales. Además el PRI se convirtió en una poderosa maquinaria electoral con una fuerte presencia organizativa en los estados y municipios de todo el país. Finalmente habría que agregar que lo que Mario Vargas Llosa llamó en algún momento “la dictadura perfecta”,  aticuló una poderosa ideología, el nacionalismo revolucionario, que selló la hegemonía del Estado y la clase dominante durante un largo período de setenta años.

El esplendor del priato comenzó a declinar a partir de 1982 cuando la cúpula dirigente del PRI sustituyó al nacionalismo revolucionario por el neoliberalismo. El gobierno de Miguel de la Madrid empezó a adoptar  las políticas neoliberales que empezaron a desgarrar internamente al PRI. El edificio sólido de presidencia imperial, partido de estado y control corporativo empezó a agrietarse y estar en las vísperas de un derrumbe. Fue así como surgió la Corriente Democrática encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, la cual aliada a las izquierdas probablemente ganaron las elecciones de 1988. En apenas seis años, la hegemonía del PRI se había fracturado notablemente. El fraude electoral de 1988 impuso a Carlos Salinas de Gortari quien  profundizó todavía más  las políticas neoliberales y provocó el estallido zapatista de enero de 1994 que abriría un pronunciado ciclo de movilizaciones sociales. Puede decirse que desde 1988, con alzas y bajas la sociedad mexicana ha presenciado una creciente actitud de insubordinación contra el neoliberalismo.

Fue así que finalmente  el PRI perdió las elecciones presidenciales de 2000. Fue una derrota relativa, mantuvo el control de buena parte de las gubernaturas de los estados y además  el Partido Acción Nacional (PAN) era un aliado vergonzante en torno a un objetivo estratégico: la profundización del neoliberalismo. PRI y PAN comparten la responsabilidad de implantar una política económica fracasada.  En las últimas tres décadas el  promedio de crecimiento del PIB ha sido de 2% lo cual articulado al crecimiento de la población se convierte en 0%. El fracaso neoliberal  se hace más evidente cuando observamos  que durante el autoritarismo príísta el  promedio de crecimiento del PIB  fue de 6%. México cuenta con 7.3 millones de jóvenes desempleados que tampoco pueden estudiar. Cada año  entre 300 y 500 mil personas buscan emigrar a los Estados Unidos de América. El campo ha sido destruido por las políticas neoliberales que han abierto las puertas a productos agrícolas provenientes de países que subsidian hasta 16 veces más  que  México a sus farmers o campesinos. No es de extrañar que en estas circunstancias,  el narcotráfico ha crecido en influencia de manera rampante y hoy son dos los grandes ejes del poder mafioso: el cartel del pacifico o Sinaloa y los Zetas que además han extendido su influencia hacia Centroamérica. Miles de jóvenes están dispuestos a unirse a las infanterías del crimen organizado o bien a la delincuencia callejera. En el contexto del fraude electoral de 2006, Felipe  Calderón decidió emprender  una guerra contra el narcotráfico que lo legitimara frente a un enemigo común. El resultado de todo esto serán al final de su sexenio más de 60 mil personas ejecutadas, miles de desaparecidos y la existencia de carteles que no han sido mellados sustancialmente.

La creciente insubordinación.

Durante muchos años la hegemonía priísta fue incontestable. El Estado fuerte y autoritario tenía bajo su férula a la gran burguesía aunque por supuesto le hacía concesiones fundamentales que permitían su enriquecimiento. Con el neoliberalismo esta relación se invirtió. Hoy el Estado es rehén de un grupo oligárquico. La hegemonía del PRI no fue afectada por los localizados y episódicos brotes de rebeldía: la huelga de los maestros (1958), la de de los ferrocarrileros (1959), la de los médicos (1966), el movimiento estudiantil y popular de 1968, las  recurrentes guerrillas observadas desde los años cincuenta. Esto cambió a partir de 1982. En 1987  la Universidad Nacional Autónoma de México  fue paralizada por una huelga estudiantil en contra de la imposición de cuotas de inscripción. En 1988 se observó la primera insurgencia electoral encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas,  en 1994 se observó el estallido zapatista, en 1999 estalló una nueva huelga de largos meses en la UNAM y en el 2000 sucedió lo que parecía impensable: el PRI perdió las elecciones presidenciales.

Lo que acontece en México no es solamente una crisis hegemónica de un partido como el PRI. Hay también una creciente crisis hegemónica del neoliberalismo por su fracaso. He aquí la causa  por la cual desde 2004 comenzó a surgir el movimiento encabezado por López Obrador el cual fue frenado por el fraude electoral de 2006 y ahora por un nuevo tipo de fraude observado en estas elecciones de 2012. El fraude en las elecciones del 1 de julio, ya no puede ser el mismo que el que se observaba antaño. Hay muchos candados y organización en la oposición que impedirían al partido oficial o de maquinaria electoral más eficaz, realizar relleno de urnas, adulteración de actas y otras triquiñuelas. Hoy se trata sobre todo de la mediación prebendal y el control organizativo de votantes cautivos. Una organización no gubernamental que monitorea  la calidad de la democracia en México, Alianza Cívica, realizó una encuesta en 21 estados de la republica mexicana, que indica que a 28.4% de los votantes  les habrían comprado o coaccionado el voto. De ese total de votos comprados o coaccionados, el PRI  resulta el principal implicado con un 71% y el PAN lo  habría estado con el 17%. La encuesta determinó que en  14% de las casillas se observó acarreo de ciudadanos para que votaran. La novedad acaso no radique  en la compra y coacción del voto, sino que este método se haya convertido en el fundamental y a un gran costo: 357 millones de dólares sin contar en la multimillonaria propaganda en radio y televisión para construir la imagen de Peña Nieto desde 2005. Mientras más crezca la insubordinación  antineoliberal, más caro será el fraude en México.

Pese a la derrota hay buenos dividendos para el concierto antineoliberal en México. Es una proeza que después de más de ocho años de satanización de López Obrador a través de los medios de comunicación, un tercio de los votantes esté considerando al neoliberalismo un crimen social. Su candidatura  concitó el apoyo de un sector  importantísimo de la comunidad intelectual, científica y artística mexicana. Estos dos últimos hechos son de una relevancia que va más allá de un proceso electoral.  Es igualmente épico que ante poderosísimos  adversarios, el lopezobradorismo haya obtenido casi el 32 % de los votos a nivel nacional y  que se haya ganado el DF (la capital del país) con  el 63% de los votos después de 15 años de gobiernos de izquierda. Que además se hayan obtenido  2 de las 6 gubernaturas estaduales que fueron sometidas a elecciones. El trabajo político del movimiento  ha organizado a millones de mexicanos a lo largo  y ancho de todo el territorio nacional. La izquierda sigue posicionada como segunda fuerza en el país. Ha obtenido en el Senado una cantidad de escaños casi igual a la del Partido de Acción Nacional (PAN) y se ha convertido en la  segunda fuerza en la Cámara de Diputados. Uno de los temas de la campaña de López Obrador, la alianza del duopolio televisivo con el PRI y la manufactura de un candidato mediático, se volvió el eje de la protesta del #YoSoy132. Y la emergencia de dicho movimiento volcó a un  notable sector de la juventud hacia la política en alianza con la izquierda. A su vez esto se expresó en el hecho de que en los simulacros de votación en las universidades e instituciones de educación superior, López Obrador obtuviera el 80% de las preferencias. Peña Nieto gobernará contra la voluntad de una parte importante del electorado, de los movimientos sociales, de la intelectualidad, científicos y de los artistas que lo consideran producto de la imposición de los más poderosos.

Es probable entonces, que en los próximos años veamos enconadas luchas  que harán difícil el camino de la imposición neoliberal.


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